lunes, 28 de junio de 2010

De vuelta

Hace días que quería escribir. Algo, nada, lo que sea. La musa viene y se va a su antojo, sin permitirme siquiera interrogarla con la mirada.
Hace frío, ya, a estas alturas. Y acaba de comenzar el invierno.
Debería estudiar. A fin de cuentas, en un día comienzo los exámenes. Tercer año ya. Quinto semestre. La mitad de la vida académica universitaria estandar. Y yo sin saber hacia dónde me lleva la vida.
Hago planes, sí; descabellados, ilusos, con una base tambaleante sólo por el hecho de no poder sustentarse en el tiempo, más allá de que las intenciones sean puras y fuertes, como debieron haberlo sido desde un comienzo.
Pero la mera voluntad no significa que se vayan a cumplir.

La familia se disgrega y se une por caminos tan extraños que ya ni siquiera me doy el trabajo de entenderlos. Los quiero, solamente.

Los amigos se envuelven en neblina, porque ya no sé por qué derroteros van. Unos me evitan dolorosamente; otros se alejan deliberadamente; allá ellos, verán qué hacer mientas tanto, aunque siempre mi disposición estará con ellos para cuando necesiten una mano, un hombro o un abrazo.

Los amores se ensanchan, se forjan, se endurecen. Crecen y maduran, avanzan a paso firme y potente. El corazón se fusiona dulcemente con el alma, y ésto con el cuerpo, que se funde con otro que siente lo mismo que el propio. Sutilezas más, sutilezas menos, es el camino que se escoge de a dos, de a tres o de a cuarto, según sea la cantidad de personas que esconden un cuerpo o una mente.

Divagaciones varias, que eluden la real inspiración, ésa que no llega por tratar de cederle el puesto a la responsabilidad, mientras ésta se va de viaje junto a la razón cediéndole paso al cariño, a la añoranza y al deseo.

viernes, 18 de junio de 2010

caracol!

"Soy un caraco, mi casa es mi caparazón..." es un trozo de la canción que jhe tenido pegada toda la mañana. Y es divertido, porque me encantaría ser -ahora- un caracol: tranquilito por la vida, que si tiene frío se embute en su espaldita y se acabó el cuento.
Un caracol no tiene que preocuparse por pruebas, ni por dramas existenciales, ni por acosos ni nada; con suerte, de que una humana no lo lance sobre las hormigas o de que lo pisen a mitad de la vereda.
Quiero ser un caracol hoy. Salvo por el hecho de que no puedo sacar mis antenitas al sol, porque está lloviendo a cántaros...