domingo, 28 de noviembre de 2010

Mi papá.

A veces mi papá me recuerda que los años no son sólo para que salgan arrugas y los cambios hormonales te peguen un charchazo de la nada.
No es que lo olvide, pero de cuando en vez viene  y me envuelve de nuevo con esa sabiduría creada a punta de esfuerzos y porrazos, de lágrimas que nunca vi pero que supe que estuvieron; de risas que se tragó por no hacernos sentir peor en la vergüenza o de copas que no vi que le dejaron lecciones.
Me envuelve y, primero monologando, después ya escuchando, y luego... ya departiendo casi casi como amigos (no puedo olvidar que es mi papá), va botando un poquito que sea de la angustia que se forma; que el sabe que existe y que no pregunta, esperando a que pueda ir a contarle, o que prefiere, al final, enfrentar él.
Me enseña, como siempre, puntosde vista que no soy capaz de ver por mí misma, nexos sutiles que sólo si me dice aprendo a notar, y apenas.
Viene y me recuerda que no es ese hombre tan lejano que siempre pareciera; que es más de la voz en el teléfono que pregunta por cómo me va, que cómo estan los enanos... y que después de un rato me lo vuelve a preguntar, distraído por sus miles de problemas, pero que envuelve genuina preocupación.
Viene y me resalta que es joven aún, que se hizo viejo por nosotras; que se hizo padre por opción y no por obligación; que trata de ser diplomático cuando puede pero que se le salen los choros del canasto también.
Viene y me recuerda que no importa que tenga 20 años; que igual sigo creciendo, que igual tengo que ser corregida en las actitudes que tomo.... pero que no por eso debo dejar de vivir y comenzar a ser una vieja amargada, que es lo que nota que me estoy volviendo.

Pero viene, y es mi papá, y yo lo amo por eso: porque tiene la capacidad de aterrizarme sutilmente; porque me da ese espacio para hablar las cosas sin necesariamente estar arriesgando mi pellejo por hacerlo (o con derrumbar la casa por un portazo); porque me entienede o trata de hacerlo, y porque me quiere como a su hija, y porque yo lo quiero como mi padre, aunque no compartamos techo, sangre ni apellido.

Porque es mi papá.

martes, 23 de noviembre de 2010

Libido

Siempre era una aventura entrar en su cabeza. Era, extrañamente, muy cristalina, llena de personitas corriendo de un lado para otro, acarreando recuerdos y tratando de embutir la maroma de información que recibía "en clases" para ser procesada en un extaño aparato que de cuando en vez humeaba de lo lindo.
Pero ella no iba a la visita turística por los despachos de su memoria, ni al tétrico lugar donde los procesos más mecanizados se mantenían (a cargo siempre de un practicante de neurona, había que decir; siempre tratando de abaratar costos).
No; ella iba a ver a las Etoiles, como le gustaba pensarlas. Esas... cómo decirlo...personificaciones de su propio carácter. Eran todo un espectáculo. Como la vida.

Subió por la amplia escalera de la conciencia y se fue a la terraza de su cerebro, tan cristalino y pulcro; tan disímil de lo que ella era al menos en su entorno. Vaya paradojas.
Pues buen, allí vio cómo la Inteligencia casi se daba de cabezazos contra uno de los muros de cristal, mientras la Jugosa se desternillaba de la risa en su cara. En algún rincón vio a la Meditabunda, admirando cómo la Creativa se empeñaba en armar con los haces de luz algún envoltorio para su la Bailarina un tanto exhibicionista. Por un lado y por otro se dispersaban los diversos aspectos de su personalidad, mas ella, después de saludarlas cortésmente con un gesto de cabeza, siguió de largo, hasta el fondo... al único reducto en aquel límpido lugar que tenía una puerta, una llave y una identidad encerrada. Al que ella, de morbosa, gustaba visitar a solas. Iba a visitar a la Líbido.
Y es que no podía dejar de ir a visitarla. La conoció encadenada; ahora disfrutaba soltarla sólo para sí. Un par de ocasiones muy dispersas se había tomado el control total, y habían sido instantes memorables, pero llenos de culpa, recuerdos, subidas súbitas de temperaturas y risitas solitarias en la calle.
Le encantaba mirar a los ojos a la Libido. Siempre más oscuros que en el resto; siempre más brillantes... siempre más ansiosos. No le disgustaba mirar el cuerpo de la Libido. Creía firmemente que era el único que, aún ajustándose al modelo en carne y hueso escala real, se veía bien... se veía deseable... incitante, quizás, incluso para ella misma.
Le encantaba oír esa voz tan grave, tan pausada... tan llena de inflexiones como de trampas. Le fascinaba pensar que era esa misma voz la que podría, en algún momento remoto, salir de sus labios; nunca tan tentadores como los de la Libido, claro está.
No, porque ella era inigualable, aún dentro de su cabeza.
Pero lo que más le gustaba de la Libido, por sobre todas las cosas, ya fuera su moral, su cordura, su imaginación... por sobre todo eso y más, lo que la derretía era que la Libido se empeñara en tentarla a ella. Y  que lo lograra, que era lo mejor.
Cada vez más aumentaban las frecuencias de las visitas a la Libido. Y cada vez más se transgredían  los límites entre la razón y el deseo. La lucha misma entre ella y su personificación.
Y vaya bien que le hacía.

Algún día, sabía, la Libido se tomaría el control definitivo de su cabeza, subyugando al resto.
Y no podía decir que lo lamentaría.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Dopaje

Estaba sentadita, ahí, con los pies colgando al vacío. Mirando Santiago desde el punto más alto y mas desprotegido que había logrado encontrar. Sintiendo cómo de a poco se iba adormeciendo, y al mismo tiempo, cómo iba encontrando las respuestas a cada uno de los problemas que había tenido. ¿Cómo no se le habían ocurrido antes, si eran tan pequeños? Quizá la inminencia de la muerte era lo que la tenía tan lúcida, paradójicamente.
Bostezó y se estiró, bajando luego los brazos y empujando una de las tantas cajas vacías de sedantes (¿o eran antidepresivos? ¿O relajantes musculares? ¿O...? Daba igual. Caja de remedios para todos los efectos) a la nada que estaba bajo sus pies. Logró distinguirla un par de segundos antes de que el follaje del San Cristóbal se la comiera. Como probablemente iba a hacer con ella en una horas.
Demonios. si no fuera tan cobarde aún, se habría despeñazcado ella sola. Pero como era una floja como siempre, prefería estar inconsciente y que la gravedad (y su sobrepeso) hicieran lo suyo.

Pensó en su hija. La recordó tan pequeña y tan feliz al mismo tiempo. Siempre sonriendo, siempre preguntando... siempre armando algo con lo que tuviera a su alcance. Se sonrió, justamente recordando su sonrisa inocente, con apenas un par de dientes... Volvió a la seriedad al recordar a a su hijo. Tan desordenado como ella, pero al mismo tiempo tan frágil como su padre, ése que le había ganado la custodia y que -fríamente- se la merecía más que ninguno de los dos.
Volvió a prenderse esa voz de conciencia que aún no lograban apagar los sedantes, gritándole que se detuviera, que ocupara para algo más útil que revisar twitter su celular y llamara a algún médico de los que conocía; por último al 131. Pero ligerito la logró aplacar. Sí, era terriblemente egoísta queriendo terminar con su vida sin pensar en quienes la rodeaban. Mas, igualmente, su trastornada cabeza de encontraba todas las soluciones a los daños colaterales de su decisión. Sus hijos aún eran pequeños; los mellizos apenitas la iban a recordar.... además, la nueva mujer de su ex marido era una buena persona y los adoraba. Quedarían en buenas manos.
Sus padres se enterarían mucho después, por fin los había logrado mandar de crucero por el mundo, para que vivieran algo de vida fuera de la crianza y el trabajo. Su puesto de trabajo era fácilmente reemplazable; ya había un chico muy capaz en el estudio; seguramente la firma de arquitectos iba a progresar como nunca...
Na'h, ella no era necesaria. Ella era prescindible.
Ella era nadie.


Suspiró, y cerró los ojos. Ya estaba cansada. Estaba por irse. Se tendió cuan larga era en el borde de la roca sobre la que había estado sentada, y cerró los ojos. Sintió el sonido del viento, lejos de los autos, lejos del smog; lejos de lo banal y lo sagrado.
Y se sintió sola. Y frágil. Y arrepentida. Y vacía. Pero no quería hacer nada más.
Se balanceó un par de veces, temeraria, riendo de a poquito, lentamente ascendiendo el volumen. Hay que permitirse locuras antes de matarse, pensó. 
Perdió el equilibrio de una vez.... justo antes de ver que un par de ojos negros la miraban con espanto y oír un grito perentorio.
"Maldita sea - alcanzó a pensar antes de caer.- ¿Por qué justo ahora tenían que interrumpir los ex maridos llenos de conocimiento sobre una?"

jueves, 11 de noviembre de 2010

Vaso de agua turbia

El semestre está a poco tiempo de morir, y creo que yo también. Académicamente las cosas van patas arriba, y no he sido tanto o más negligente en ello que lo que ha sido la tónica durante estos tres últimos años.
Estoy aburrida. La carrera no me desagrada, pero no me motiva ya.  Las materias que me motivan son las peor calificadas; las challa, apenitas ahí salvando. Las ganas de estudiar, de aprender, son lenatmente reemplazadas por ganas de dormir, de viajar, de tener una metralleta y dispararle a todos en la Escuela y luego tener el coraje de pegarme un tiro.
Quizá es porque necesito tanta cuota de novedad frente a mi nariz como estabilidad en mis patas, pero el punto es que de a poco ese norte tan iluso que estuvo en mi cabeza ya no está; se difumina entre los jirones de espanto y de nervios que invaden la cotidianeidad.
Los problemas idiotas se abren paso cada vez de forma más frecuente; la falta de tacto, el exceso de cargosismo (por decirlo de alguna manera); la puta primacía de mi ombligo por sobre el resto...
Esto no va bien, ni para mí ni para aquellos cuyas vidas tienen la desgracia de tenerme en servidumbre...
Y aún así, no hago nada para remediarlo. Sale más fácil, más cómodo, menos hiriente por encima el quedarme sentada, siguiendo como la piedra en el camino que algunos alcanzan a esquivar y por la que otros se caen. Siguiendo como piedra, siguiendo como estorbo. Siguiendo con el lamento autocomplaciente hecho nada más y nada menos que para seguir inmersa en el mismo vaso de agua turbia que no quiero beber, pero que tampoco quuiero botar, de puro vaga.