Vino, y la casa se llenó de risas. De bromas, de chistes cortos; de agarradas p'al web...
Vino, y la revolución de alegría se hizo en mi casita. Hacía falta, vale decir. Este finde me esperaba una guerra nuclear, o casi. Pero no pasó nada, menos mal.
Vino mi tío, y nos reímos todos. Se agrandó la familia por un rato. Once rica, torta para Julio, que ya cumplió 13 años (¡cómo pasan los años!), souveniers de España y de Francia; relatos de defensas de tesis, de vida universitaria; bromas sobre el gusto al escoger parejas, chistes que sólo una mitad de la mesa oye, porque nos hacemos tantos que se hace pequeña, pequeña.
Viene mi tío, y se hace la revolución de los Romero en mi casa. Porque mi tío es Romero, igual que mi madre. Ambos morenitos, crespitos
Y se hace la revolución de los Romero, digo e insisto, porque nos reímos todos; porque el jugoseo emana de nuestros poros y saca la mejor parte de nosotros, que es la alegre. Porque llega y arrasa con toda tristeza o rencor existente, aunque sea por una once un domingo perdido.
Porque nos une a todos, más aún a esta familia quebrada que igual junta las piezas en el marco del puzzle, que es la mía.