lunes, 28 de febrero de 2011

De la reconstrucción y todo eso.



Ayer tuvimos un bombardeo –literalmente- de imágenes, reportajes y despachos por televisión abierta respecto al dichoso “27/F”, aquel terremoto y maremoto que hace un año azotó esta huincha de tierra larga y angosta.
 
Ayer  se conmemoraba un año desde que medio país se despertó porque el piso se movía más de lo que la ebriedad acostumbraba, y que el mar, que “tranquilo nos baña”según el himno patrio, decidiera revolverla un poco y cobrar venganza por tanto desprecio que le demostramos, ensuciándolo a diario, llevándose a cambio vidas humanas en canje.
 
Ayer se hizo un eco multitudinario del descontento existente porque los planes de reconstrucción avanzan a paso de tortuga, dejando a miles de familias varadas en mediaguas o de allegadas en casas de familiares, todavía.


Si bien el terremoto no me afectó tanto como a esas familias (sólo se nos quebró la mesa, los adornos y toda la colección de vinos de papá), porque mi casa siguió en pie y con todos sus muros útiles, me causa mucha extrañeza todo lo que ello implicó para el resto. Quizá sea porque me pasé una semana incomunicada del resto del mundo, salvo los cortos mensajes de que el resto de la familia y amigos estaban bien, que ahora miro con algo más que mero morbo ese mismo instante para el resto del mundo.
 
Sin embargo, no puedo sino pronunciarme -humildemente- frente al actual panorama. Políticamente hablando, este asunto implica una maraña de dimes y diretes, de palos que van y vienen entre el oficialismo y la oposición. Que no se hacen las cosas, que van muy lento, que se hacen truchas... Los ex habitantes de La Moneda no hacen sino restarse de las iniciativas o sólo ponerlas en duda, despreciando lo que el gobierno trata de hacer. Tampoco es que los defienda a brazo partido; sólo expreso mi opinión. No obstante ello, me da mucha rabia que nadie sea capaz de asumir abiertamente las cosas. Hasta en un país desarrollado la reconstrucción se demoraría por lo bajo 5 años; ni hablar en uno “en vías de” como el nuestro. El tema de los subsidios no es sólo entregar y comenzar; los trámites burrocráticos son demasiados para entregar platas del erario público, por lo que acortar los trámites a lo más que se puede implica una muestra de buena voluntad y de ánimo por mejorar las cosas que no recuerdo haber visto años atrás. Cabe recordar que hace varios años atrás también hubo un terremoto en el norte del país y se abandonó de la palestra informativa al poco andar. ¿Alguien sabe cómo se arregló eso? Si mal no recuerdo, la actual oposición fue la que estuvo a cargo de esa tragedia...
 
Lo triste, además de las pérdidas en vidas humanas, es que de a poco todos van creyendo que el estado está en la obligación de resolverles todo por la vía expedita, en vez de asumir también algo de responsabilidad por sus propias vidas.  Hay muchos, muchísimos, que han hecho todo lo que tienen a su alcance para salir del mal trecho, a los que les caben todos los méritos por lo que logren, pero hay otros (que son los que más ruido hacen, tristemente) que esperan de brazos cruzados que les arreglen todo, como esperando que les caigan las cosas del cielo. Y claro, como no llegan, acuden al recuerdo enaltecido de los antiguos dirigentes... aunque también abundan los que no tuvieron mayores daños y aún así les da por reclamar. Aunque contra todo, claro, pero eso es harina de otro costal.

 Es más triste aún pensar que si esto no hubiera ocurrido, tampoco hubiera habido algún cambio en cómo se llevaban las cosas frente a las tragedias, porque para el nuevo gobierno no era una prioridad.  No nos hagamos los tontos: más allá de la operación daysi del colegio, nadie tuvo jamás una educación formal o más menos decente para enfrentar las tragedias. Lo espantoso es que vivimos en un país suicida: enclavados en el llamado “cinturón de fuego del Pacífico”, o se nos mueve la tierra cual garota bailando samba, o estamos a merced de las erupciones volcánicas de la tierna cadena de cerritos iracundos que abundan en el país. ¿Y acaso hemos tomado conciencia de ello? Estamos en el borde de una falla geográfica de importancia, ¿y dónde es que construimos nuestras casas y balnearios? En el caso de que el volcán Maipo despertara, la lava llegaría hasta donde está el aeropuerto, arrasando todo Santiago. ¿Y alguien sabe o ha oído hablar de planes de evacuación? Hasta donde sé, en varios edificios de la capital hubieron problemas en la evacuación porque se trabaron puertas y otros. Por la propia histeria colectiva irrumpieron saqueos y acaparaciones en supermercados y demases. A todos nos costó encontrar linternas, pilas o por último velas para pasar esa noche larguísima.  ¿Qué tal nos habría ido con un poco más de conciencia al respecto? De partida, no tendrían que haber colapsado los edificios: tendrían que haberse cumplido (o hecho cumplir) la normativa antisísmica vigente; la institucionalidad a cargo de las alertas no debió haber sido tan negligente, aún habiendo información desde agencias internacionales gritando poco menos de los riesgos que se nos venían encima. Con un poco de criterio y educación sísmica, la gente de  la costa debería haberse mantenido en los cerros, pues es de conocimiento básico y vital el que si hay un sismo que no te permite mantenerte en pie en un sector costero, hay que poner pies en polvorosa hacia lo más alto que se pueda.
 
Sin embargo, pese a todos los reclamos que se puedan hacer, las cosas ya pasaron, las vidas se perdieron, se nos cayó medio Chile y aquí estamos, tratando de salir adelante. Lo único que cabe pedir es un poco más de voluntad y de conciencia respecto a las reales limitaciones y los reales avances. No somos perfectos, y quizás sí estén metiendo las patas en el gobierno. Pero hacen todo lo que les es posible con toda la mala leche que les plantan del lado contrario, que en vez de ser de ayuda sólo estorba y se regocija en un pasado que tampoco hizo avances en esta materia. Porque al menos a mí no me caben dudas de que, no importando el lado que estuviera en el poder ahora, todos estarían exactamente igual de desconcertados y varados para sacar las cosas adelante. Sólo pasa que yo le tengo más fe a los de ahora.

viernes, 25 de febrero de 2011

Aliados.

El terror es algo espantoso. Fluye por la sangre tal cual como lo hace la adrenalina, pero en vez de impulsar, detiene, frena, congela. Hace que el cerebro se inunde de imágenes ensangrentadas, de planos quebrados, de ideales destruidos desde sus bases; hace que el corazón lata más rápido, pero que la temperatura baje más y más.Hace que la garganta atenace, que trate de matarte por dentro, sintiendo la presión que te surge del pecho; que se te desarmen las entrañas, que los pies sean gelatina y que no puedas huir, porque en el cuerpo propio es donde todo está.

El terror hace que una no quiera más nada, pero es peor cuando el terror se junta con la culpa.

La culpa, esa maldita infame, que se burla de una en la cara porque sabe que si no hubiéramos hecho algo antes, ella no estaría. La culpa se regocija en los recuerdos; acelera la imaginación creando los miles de futuros diferentes que habrían de no haber hecho aquello que le dio vida. La culpa siempre requiere los servicios del llanto, pero no de ése que es un bálsamo, que alivia y quita la pena; siempre se alía con el llanto a saltos, que desgarra, que surge a borbotones y que no se acaba, ése que va con los gritos y gemidos que no liberan, sino que aprisionan y que no hacen más que quemar las mejillas al caer las lágrimas y que desgarra la garganta.
La culpa y el terror no son buenos aliados, no son sanos. Pero son eficientes, si lo que se busca es la destrucción. Aún más, si es la autodestrucción.

jueves, 10 de febrero de 2011

¬¬

A veces se me olvida que yo soy yo, y me miro como si fuera una tercero ajena a mi vida. Y me juzgo.
Suelo ser cruel, insidiosa y maldita.
No sé qué tengo contra mí misma, que siempre me repelo sola.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Aislamiento

Antes de tener esto que se llama internet en mi cuarto (porque es el único lugar de la casa al que llega), las vacaciones eran un poco sicópatas. Tenía que ir al ciber para revisar las redes sociales y saber de mis amigos. Me pegaba más rato al teléfono hablando con mis amigas. Y leía mucho más de lo que he leído éste, en particular; año en el que me conecto todas las noches para "conversar con la gente", como me digo hipócritamente, sabiendo que en realidad me meto para hablar con una sola.

Antes de esto que se llama internet, las cosas las podía escribir tranquilamente y corregirlas mil veces. La musa me visitaba más a menudo, salía más con mis amigas, me enteraba de más copuchas por salida y en verdad se podía tener una conversación larga que no estuviera inmersa de relleno.

Antes de esto de la internet podía hacerme ilusiones de cómo estaría el resto, y si me echarían de menos en alguna parte.
Mas, la realidad con internet ha sido otra. En realidad todos, al estar conectados, pecamos de egoístas, de no querer saber del otro, sino que el otro sepa de uno, porque es una la que se expone públicamente, a ver si alguien engancha y pregunta. Hablamos con un computador, nos gustan frases idiotas, decimos lo que hacemos hasta por lo más mínimo, a ver si alguien, alguien por ahí se acuerda que existimos.
Porque en esta megamarea en la que nos metemos todos los días, estamos en realidad más aislados que nunca.