Oficialmente llegué a los 22. Estos años que he estado en la
U han sido cada uno un ciclo distinto. Los 18 fueron los años marcados por los
descubrimientos; los 19, por las ilusiones. Los 20 por los proyectos y los 21
por las caídas. Ahora siento que los 22 vienen llenitos, llenitos de energías
para los avances.
Me siento bien conmigo; segura, sabiendo lo que soy y lo que
puedo dar. Un poco consciente de lo que valgo y de lo que puedo pedir a cambio.
Activa laboralmente, en el último año de carrera, con gran parte de la femineidad
descubierta (aunque queda un gran paño que cortar) y aceptando, de a poquitos, como
soy. Conforme, jamás, pero no es gracia tener todos los cambios de una.
Este año, quizás no hay tantas metas, o no tan elevadas ni
distantes. Pero sí existe la plena convicción y el deseo de que se llegue a
ellas. Empezar de una vez la tesis, seguir trabajando, terminar todos los ramos
de forma decente y no morir en el intento; reencontrarme con mis amistades y con mis gustos, esos que se
dejaron de lado en alguna curva extraña del camino.
En el fondo, estoy feliz, y me siento bien con ello. Y –espero- ésa debería ser la tónica de este
par de patos que se me viene encima, a partir de ahora.