lunes, 26 de septiembre de 2011

Corazón en la mano al habla

No podía seguir leyendo fallos de penal, ni mucho menos, ponerme a estudiar tributario, así que decidí darme el tiempo de la once para ver las páginas de ocio habituales y revisar esta cosa, a ver si encontraba algo decente o que me subiera el ánimo.
Y no, desafortunadamente no. Me topé con que si escribo cuentos, siempre son de locos o muertos o heridos o suicidas. Que si escribo pensamientos, siempre son trágicos, o por pena, ira o despecho; que las pocas entradas lindas, que en verdad hice feliz, fueron por sentimientos que ya no están y que-debo reconocer- temo que no volverán en mucho, mucho tiempo.
Y tengo terror a seguir releyendo entradas hacia atrás. ¿Tan deprimente soy? ¿Tan traumada estoy que no puedo inventar nada feliz? ¿Tanto pavor le tengo a estar sola?
Me deprime horriblemente el no ser capaz de dar vuelta la página de algo que tan claro tuve desde el principio; estoy tan aburrida de sentir el nudo en la garganta cada dos por tres y definitivamente no quiero bajo ningún aspecto terminar odiando o enrabiándome con alguien que no tiene la culpa de nada.
Lo peor es que teniendo las cartas en la mesa, soy incapaz de coger una y poder seguir caminando tranquila y en paz. Es el orgullo malsano al que le gusta picanearme pensando en que ya no le importo a quien en verdad no debería importarle; de que sigo quemando neuronas en alguien que no debo y que, por sobretodo, malgasto el tiempo del resto cayendo en lo mismo una y otra vez, siendo un lastre más que un aporte.
Ese afán masoquista que no consigo sacarme de encima hace que añore cosas que no pasarán, pero que tardé tanto tiempo en planear que -en la cabeza retorcida que tengo- casi fueron palpables al momento de dormir... y esa melancolía de mierda que me persigue hace que, pese a preocupar a medio mundo, me siga sintiendo desesperadamente sola y vacía.
¿Por qué si la cabeza es capaz de procesarlo todo, el pecho sigue oprimiendo a su antojo? Tan racional que me creía, tan manipuladora de mis propios sentimientos y reacciones para jugarle bromas al resto... y ahora las malditas emociones me van ganando la partida....
Ese estúpido deseo de que alguien venga y te abrace y con sólo eso te demuestre que le importas más que a nada en el mundo es lo que me va minando por dentro, y hace que no deje de llorar... porque quizás cuánto tiempo pasó antes de que la decisión cayera encima y de que se tomara en verdad...

Me quise comprar algo sólo para mí, hace unos días, como para reafirmar la estúpida idea de que ahora ya no gastaría en alguien más- sabiendo que en lo más profundo de mí misma (y de mi bolsillo) no me importaría seguir haciéndolo si valiera tanto para mí como solía hacerlo - y terminé comprando maquillaje. Algo muy pequeño, muy discreto, pero para aprender a usarlo. Casi con la idea de que si aprendo a maquillarme, podré cambiar de a poco la máscara que frente al mundo había estado tan reacia de mostrar nuevamente. Y es que no me gusta esa máscara, porque la recuerdo de una frialdad espantosa para conmigo misma, no con el resto. A ver si con el maquillaje se cubren los pedacitos rotos de los que me voy dando cuenta estoy quedando.

Tristemente, pese a todo, sigo con el lamento autocomplaciente que me desespera...y sigo sin hacer nada al respecto...

viernes, 9 de septiembre de 2011

Ángel para un final.

Sé que esta canción está ultrasonando por la triste tragedia ocurrida en Juan Fernández, con los 21 que murieron y con que era la canción que querían para el funeral de Felipe Camiroaga, pero no puedo dejar de ser egoísta y seguir viéndole un enfoque que me llega.

"Ahora comprendo 
cuál era el ángel
que entre nosotros pasó
era el más terrible, 
el implacable,
el más feroz. 

Ahora comprendo en total 
este silencio mortal.
Ángel que pasa,
besa y te abraza, 
ángel para un final."

Ahora, mirando hacia atrás, no sin dolor, pero con todo el ánimo de salir adelante, es que esta letra me llega como mazazo. Ahora comprendo los silencios del último tiempo, esos instantes que no eran tristes, pero que no eran cómodos.
Ahora me hace cruel sentido aquel último momento.
El final.