viernes, 24 de junio de 2011

One of us

Me dió la weá melancolía y me puse a buscar en youtube la canción One of us de Joan Osbourne. Es una de las tantas que oía de pequeña, en la radio o por mis papás. Algún día divagaré de lo que me dejaron a través de la música...
El punto de buscar esa canción  fue instintiva, creo. Si Dios fuera uno de nosotros, acá, parado en la mitad de la plaza Italia... ¿qué pensaría?
No soy excesivamente religiosa. Mis padres, ambos de distintos credos (practicantes o no), prefirieron dejarnos la tarea de creer a nosotros cuando tuviéramos conocimiento y ganas de saber realmente del asunto, no por imposición. Así que mi Dios es alguien benevolente, que se ríe; al que le converso todas las noches, contándole del día, pidiéndole protección para los míos y los no tan míos, rogándole porque me haga una buena persona; un Dios que tiene paciencia, cariño y mucha pero mucha comprensión.
Entonces, si lo metiera en la mitad de la ciudad, en la virtual división de los pudientes y los que no... ¿qué haría? ¿qué pensaría?
Creo, inocentemente, que este mi Dios se perdería entre tanta gente, entre tanta mirada fea... Que siendo él tan amable, tan buena persona, quedaría un poco chocado con la mala voluntad de muchas personas, con la parquedad con la que van, casi sin almas que se noten. Siempre grises, siempre serios... siempre indiferentes con lo que le pasa al lado. Creo que después sentiría mucha pena, porque su esencia es el cariño, y no lo encontraría muy a menudo, al menos si se para a las 8 en el bandejón de Baquedano. Sentiría pena por tanta gente que se siente sola aún estando en medio de la marea humana, le dolería el pecho al notar tanta injusticia; las lágrimas correrían dolorosas por su rostro barbón al ver, cara a cara, la pobreza tanto de corazón como de bolsillo que tiene todo el mundo, cada quien en su medida...
Quizás después le daría una profunda rabia, porque vería que muchos de esos desencuentros, esos vacíos, esos malos sentimientos nacen de una mala educación, de malas oportunidades; de malos adoctrinamientos bajo alguna fe tremendamente castigadora o represiva...Le daría rabia al ver que su mensaje, que sus ideas, que sus intenciones con nosotros no están claras por un mensaje distorsionado que llegó de mala manera: no por convicción, sino por imposición.

Quizá también quedaría perplejo ante tantas invocaciones a su nombre para defender causas que él claramente no aprobaría. Que el matrimonio homosexual, que los casos de pedofilia en las iglesias (hay que darles a todas el beneficio de la duda, digo yo), que.... creo que se indignaría ante todo ello. -¿Cuándo dije que no al amor...al respeto, a la tolerancia...?-se preguntaría...

Pero quizás eso también le renovaría los bríos para hacernos mejorar un poco por dentro; para tratar de llegar a nosotros no importando si es barbón, si tiene o no prepucio, si le gustan mucho las señoras o si tiene 8 brazos. Para hacernos entender que en la esencia de nosotros mismos está el ser diferentes, porque él lo planeó así para hacernos la vida un aprendizaje y no un recreo; para aprender a querer al otro tal y como es, pero por sobretodo para querernos nosotros mismos gracias a que él también nos quiere... aunque a veces  lo haga a lo Beethoven.

viernes, 10 de junio de 2011

Devenires

Han pasado cosas. Cosas feas. Cosas lindas. Pero cosas, al fin y al cabo. Y hace que me den vueltas y vueltas los sesos, tratando de encajar las piezas y de que los engranajes de una vez comiencen a funcionar.
¿Qué se puede hacer cuando la gente no logra ponerse de acuerdo, porque discuten a distintos niveles y ninguno quiere abandonar la seguridad de su trinchera? ¿Qué se hace para evitar las roturas de puertas, el graznido de los goznes en un portazo, los gritos furibundos de gente irracional, que defiende a alguien ignorándolo completamente en plena discusión?
Lo más triste no es quedarse en media pelea, casi como árbitro. Lo más triste es dejar de querer verles la cara a los que discuten; es dejar de sentirse parte de un núcleo o, peor, sólo querer arrancar de ahí porque se asfixia.

¿Cómo sabemos que somos adultos? ¿Cuándo comenzamos a ser racionales? ¿Existe la consecuencia en el ser humano? ¿La empatía? ¿El perdón real, no ese cinismo canjeado por un par de horas de neutralidad? ¿La voluntad de llegar a buen puerto por el bienestar mental de uno y de los que quiere -o en su defecto, de aquellos a los que se tiene para cuidar-?

La racionalidad es cosa extraña, taimada, fugaz  pero siempre presente en la boca de cualquiera que crea que su punto de vista vale más que el de otro. Y tanto cuerdos como locos, abusan de su nombre y no de ella misma, tan necesaria muchas veces...