viernes, 10 de junio de 2011

Devenires

Han pasado cosas. Cosas feas. Cosas lindas. Pero cosas, al fin y al cabo. Y hace que me den vueltas y vueltas los sesos, tratando de encajar las piezas y de que los engranajes de una vez comiencen a funcionar.
¿Qué se puede hacer cuando la gente no logra ponerse de acuerdo, porque discuten a distintos niveles y ninguno quiere abandonar la seguridad de su trinchera? ¿Qué se hace para evitar las roturas de puertas, el graznido de los goznes en un portazo, los gritos furibundos de gente irracional, que defiende a alguien ignorándolo completamente en plena discusión?
Lo más triste no es quedarse en media pelea, casi como árbitro. Lo más triste es dejar de querer verles la cara a los que discuten; es dejar de sentirse parte de un núcleo o, peor, sólo querer arrancar de ahí porque se asfixia.

¿Cómo sabemos que somos adultos? ¿Cuándo comenzamos a ser racionales? ¿Existe la consecuencia en el ser humano? ¿La empatía? ¿El perdón real, no ese cinismo canjeado por un par de horas de neutralidad? ¿La voluntad de llegar a buen puerto por el bienestar mental de uno y de los que quiere -o en su defecto, de aquellos a los que se tiene para cuidar-?

La racionalidad es cosa extraña, taimada, fugaz  pero siempre presente en la boca de cualquiera que crea que su punto de vista vale más que el de otro. Y tanto cuerdos como locos, abusan de su nombre y no de ella misma, tan necesaria muchas veces...

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