lunes, 23 de julio de 2012

¿Y cómo voy?

Hoy hablé con mi fantasma personal. Conversación medianamente fluida, de unos cuantos minutos. Un par de comentarios corteses, un poco de información intrascendente.
"¿Y cómo vas tú?", me preguntó. No supe sino responder banalidades. Que tengo un tablet, que me gustó mi taller de memoria; que en la pega a veces me dejan a cargo y que me subieron el sueldo. Que llevaré a mis hermanos a un show de humor.
¿Y cómo voy yo?
Mis amigas dicen que estoy más agresiva y menos feliz. Mi padre dice lo mismo, que ando más neurótica y gritona. En la pega, ante una tensión extrema, me pongo fucsia. En coro, soy más irascible si no se siguen las instrucciones que la Directora indica. En casa, es cada vez menos el tiempo que paso. Ya me gusta la cerveza, y hasta probé el cigarro, aunque definitivamente eso no es lo mío.
¿Cómo voy yo?
En verdad voy ladrando por la vida, si siento la libertad de hacerlo. No tengo la obligación -¡por fin!- de ser un terrón de azúcar con pies. Sigo igual de soñadora que como lo fui desde un principio.He vuelto a la música que me gusta, y a leer lo que me place. Centro mis energías en ayudar en casa, quizá no en mano de obra, pero sí en lo económico a medida que se pueda. Siento que sólo me rodean los que vale la pena tener cerca, y los valoro muchísimo más de lo que hice en algún minuto del camino.
Sigo amando a mis amigas de toda la vida, sigo riendo con las que van apareciendo, pero no es ya una sonrisa impuesta por costumbre o decoro. Río porque quiero, y ya. Así también no pienso adular o alegrar a alguien porque el tiempo de conocer imponga. Si me nace, bien, y si no, que se joda.
Sí estoy más agresiva, y se nota. Pero he vuelto a la ironía, al cierto desenfado que soñé en algún minuto; al desparpajo de quedarme de pie a la mitad de la calle admirando cornisas y pensando en cómo me demoré tantos años pasando por ahí sin notar la belleza que se cernía sobre mí.
Soy valorada en mi trabajo, y al parecer, mis amigas no cejan en cariño aunque motivos para dejar de hacerlo sobran a veces.
Soy más inconexa aún que antes, pero eso sólo me hace feliz, porque ya no estoy tan en torno de una meta imposible. Sigue rondando, y no lo dejará de hacer sino hasta que me dé alzheimer. Lo sé, lo asumo y me lo banco. No queda de otra. Pero sigo adelante. A punta de historias, karaokes, más cerveza de la que habría esperado y de noches de dedos congelados si logro conversar gracias al teclado con quien me tenga paciencia.
¿Cómo voy yo?
No tengo pareja, ni pretendo tenerla en un buen tiempo. Es más por sanidad mental que por el sentido de soledad. El ostracismo autoimpuesto favoreció a volver a la coraza que harta falta hacía. A levantar los escudos y a formatear la vana idea de que el mundo es un lugar feliz. Lo es, pero a punta de esfuerzo. Y es en eso en lo que debo enfocarme día a día. En la felicidad de mí misma, que no se logra -¡oh, sorpresa!- haciendo feliz a un otro como centro de la tierra, sino con la satisfacción de ver un trabajo bien hecho, del cansancio ocular después de terminar un informe redactado a conciencia o de comprar algo para la casa o invitando a un amigo con el dinero bien ganado del mes. En la coreografía mental que se arma al oír una canción, o al gozo de alcanzar una nota como corresponde. En el íntimo placer que genera el ir sonriendo por la calle, aunque el día sea gris y me congele de frío.
¿Cómo voy yo?
Despacito por las piedras, como debe ser.
Y aprendiendo del camino.

No hay comentarios: