domingo, 13 de marzo de 2011

Quédate

-Quédate - le dijo, ella mirando a la pared, él sentado al borde de la cama.
Quédate, le dijo, por primera vez después de tantos ires y venires por camas ajenas, después de incontables encuentros clandestinos. Después de muchas promesas incumplidas, de ilusiones negadas; de puntos claros y ninguna clase de esperanza alimentada.
Quédate, le pidió, porque ya no le bastaba el mero roce de su cuerpo; ya no le llenaba el mero aroma; ya su cabeza no le daba permiso para seguir cegándose a punta de desangrar su pecho y de acuchillar su bolsillo. Ya la razón, la lógica, el libertinaje no le dejaban respirar tranquila, avanzar sonriente y olvidando lo que su cuerpo se empeñaba en demostrarle. Ya no podía justificar los nervios, las angustias; no lograba evadir las ideas en el alcohol o en los libros.
Quédate, le pidió, para poder tenerlo cerca una vez, una que fuera, sólo para tener a quien aferrar en la oscuridad de la noche sin luna que se colaba por el alma más que por la ventana; para sentirse en algún momento a flote en el océano de la soledad encubierta de calentura pasajera...
Quédate, le dijo, de espaldas, porque no quería que sus ojos la delataran y que él viera... que viera...que ya no podía con la parodia de amistad con ventajas; que el deseo que la consumía ya no era por un falo en ella ni por una mano que la recorriera y que la hiciera gemir; que lo que buscaba y rebuscaba entre la maraña de amantes no era sino un abrazo sincero, un momento de cariño, un alma compañera.
-Quédate- le dijo ella, de cara a la pared.
Y esa noche, él se quedó.

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