lunes, 7 de octubre de 2013

De reencantos y otras magias.

Hace mucho, pero mucho tiempo, que no podía decir genuinamente que estaba feliz. No digamos que las cosas son precisamente fáciles. La casa, la pega, el grado, la vida... en general las cosas no hacen sino compejizarse.
Y es que en verdad, la vida no es sino eso, un desafío tras otro; un recolectar de gente que están por algún motivo en el camino y que pueden seguir siempre o pueden despedirse en una curva del trayecto: un ir y venir de experiencias, de llantos, de sueños y de convicciones que al final se moldean por las caídas que tenemos y el cómo nos terminamos de levantar.
Pero la vida siempre trae algún remanso, algún recodo donde sentarse a respirar, a llorar o a dormir, para llenarse de energías, para admirar el paisaje o para recuperar los sueños empolvados.
Hoy, tengo mi remanso. La pega es absorbente, el estudio sempiterno y pseudo-constante del grado es agotador; la casa es un lugar de sueños y de pesadillas sin mayores distinciones.... Pero el camino se encargó de cruzarme con una de las tantas partes en que mi alma se debió haber dividido hace miles de años, para reconocer lo bueno, enfrentar lo malo y ayudarme a pararme nuevamente con fuerza y con esperanza de cara al futuro.
Enamorada, -y sí, viene la parte medianamente melosa, pueden saltársela- pero con los pies tan firmes en la tierra que llega a dar risa. Con millones de planes estratégicamente dispuestos en una carta Gantt para asegurar que los cumpliré. Un motivo más por el que sacar luego mi carrera. Con un partner, por fin, más que con un dios en un altar. Con alguien humano, de carne y hueso, pero de una carne enviciante y de unos huesos firmes como acero, que también le permiten estar de pie enfrentando al mundo firme y sin duda.
De reencantos habla esta nota.  Y vienen porque el tener la ingenuidad de vuelta, de sentir cosquillas, de sonrojarse, de sonreír aún cuando el mundo se pone cuesta arriba, es reencantarse con la vida misma, y con las partes del alma que creí quemadas hace tanto tiempo atrás.
El buscar la felicidad de los otros sólo por un gozo altruista del pecho es más mágico que nada en estos tiempos. Sonreír a los ancianos y a los niños, ayudar sin esperar que alguien lo agradezca, el alegrarse de interactuar con la gente y cambiar en algunos minutos su vida, son pequeños elementos de magia que existe en el universo y que olvidamos demasiado a menudo que existen.
Lo malo es que olvidar esa chispa es muy fácil, y caer en la rutina de la indiferencia es más fácil todavía. Pero hay veces en que el camino se encarga de ponernos junto a a alguien que nos sacude ese olvido y esa comodidad, para seguir maravillándonos con lo que existe bajo este cielo -un poco contaminado, pero bueno- que nos cubre.
Ojalá a todos les llegue ese despertar. Sinceramente hace la vida más brillante.

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