domingo, 29 de agosto de 2010

Estaba loca


Estaba loca.
Con esa mirada maníaca, con ese aire de demonio en cara de ángel, con esos pies siempre azules porque jamás toleraban zapatos; con esos brazos flacuchos que parecían ramitas secas.
Estaba loca, y corría por la casa, riendo como endemoniada; yendo a saltos por el corredor, tarareando canciones de cuna, meciendo un bulto imaginario, resguardando su vientre de cualquiera que se le acercara para darle la medicina.
Estaba loca, no se sabía por qué; estaba loca y les daba lo mismo. La conciencia en ella se había quedado estancada en unos ojos que nunca volvieron.
Estaba loca, y reía, reía, sólo para no largarse a llorar y secarse como pasa. Estaba loca, y saltaba en las hojas secas que caían del único árbol de la casa, ése que ella, loca como estaba, había impedido que cortaran gracias a haberse trepado por días, vociferando incoherencias y clavando esa mirada tan clara, tan prístina que dejaba traslucir terroríficamente el tormento que la trastornaba.
Estaba loca, y en las noches, sólo algunas noches, parecía recobrar la cordura, apareciendo con un vestido raído y un cintón torcido en los cabellos enmarañados por la sala (descalza siempre), musitando frases hechas y cumplidos añejos a gente inexistente. Buscando a un doctor, a un destacado psiquiatra que había partido quién sabía cuando, llevándose todo lo que en su interior se guardaba, dejándole sólo la locura a cambio.
Pero sólo eran algunas noches, así que pronto el desvarío era mayor que los recuerdos y en ella se desataba de nuevo el torbellino, que la hacía deshacerse de todo lo que llevara encima (razón incluida) y la incitaba a correr nuevamente por los pasillos, desnuda si sentía demasiada opresión, y a gritar, gritar... con esa sonrisa macabra entre los labios y los ojos inyectados en sueños rotos.
Estaba loca.

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