viernes, 19 de noviembre de 2010

Dopaje

Estaba sentadita, ahí, con los pies colgando al vacío. Mirando Santiago desde el punto más alto y mas desprotegido que había logrado encontrar. Sintiendo cómo de a poco se iba adormeciendo, y al mismo tiempo, cómo iba encontrando las respuestas a cada uno de los problemas que había tenido. ¿Cómo no se le habían ocurrido antes, si eran tan pequeños? Quizá la inminencia de la muerte era lo que la tenía tan lúcida, paradójicamente.
Bostezó y se estiró, bajando luego los brazos y empujando una de las tantas cajas vacías de sedantes (¿o eran antidepresivos? ¿O relajantes musculares? ¿O...? Daba igual. Caja de remedios para todos los efectos) a la nada que estaba bajo sus pies. Logró distinguirla un par de segundos antes de que el follaje del San Cristóbal se la comiera. Como probablemente iba a hacer con ella en una horas.
Demonios. si no fuera tan cobarde aún, se habría despeñazcado ella sola. Pero como era una floja como siempre, prefería estar inconsciente y que la gravedad (y su sobrepeso) hicieran lo suyo.

Pensó en su hija. La recordó tan pequeña y tan feliz al mismo tiempo. Siempre sonriendo, siempre preguntando... siempre armando algo con lo que tuviera a su alcance. Se sonrió, justamente recordando su sonrisa inocente, con apenas un par de dientes... Volvió a la seriedad al recordar a a su hijo. Tan desordenado como ella, pero al mismo tiempo tan frágil como su padre, ése que le había ganado la custodia y que -fríamente- se la merecía más que ninguno de los dos.
Volvió a prenderse esa voz de conciencia que aún no lograban apagar los sedantes, gritándole que se detuviera, que ocupara para algo más útil que revisar twitter su celular y llamara a algún médico de los que conocía; por último al 131. Pero ligerito la logró aplacar. Sí, era terriblemente egoísta queriendo terminar con su vida sin pensar en quienes la rodeaban. Mas, igualmente, su trastornada cabeza de encontraba todas las soluciones a los daños colaterales de su decisión. Sus hijos aún eran pequeños; los mellizos apenitas la iban a recordar.... además, la nueva mujer de su ex marido era una buena persona y los adoraba. Quedarían en buenas manos.
Sus padres se enterarían mucho después, por fin los había logrado mandar de crucero por el mundo, para que vivieran algo de vida fuera de la crianza y el trabajo. Su puesto de trabajo era fácilmente reemplazable; ya había un chico muy capaz en el estudio; seguramente la firma de arquitectos iba a progresar como nunca...
Na'h, ella no era necesaria. Ella era prescindible.
Ella era nadie.


Suspiró, y cerró los ojos. Ya estaba cansada. Estaba por irse. Se tendió cuan larga era en el borde de la roca sobre la que había estado sentada, y cerró los ojos. Sintió el sonido del viento, lejos de los autos, lejos del smog; lejos de lo banal y lo sagrado.
Y se sintió sola. Y frágil. Y arrepentida. Y vacía. Pero no quería hacer nada más.
Se balanceó un par de veces, temeraria, riendo de a poquito, lentamente ascendiendo el volumen. Hay que permitirse locuras antes de matarse, pensó. 
Perdió el equilibrio de una vez.... justo antes de ver que un par de ojos negros la miraban con espanto y oír un grito perentorio.
"Maldita sea - alcanzó a pensar antes de caer.- ¿Por qué justo ahora tenían que interrumpir los ex maridos llenos de conocimiento sobre una?"

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