domingo, 23 de enero de 2011

Romeros

Hoy vino mi tío Luis. Con toda la familia, claro está. La tía Ale está regia, se ve muy bien; la Mali está enoooorme... entra a kinder este año, y al Pipe le ponen salitre en las patas cuando duerme parece, porque siempre llega más alto...(pendejo alza'o no más xD).
Vino, y la casa se llenó de risas. De bromas, de chistes cortos; de agarradas p'al web...
Vino, y la revolución de alegría se hizo en mi casita. Hacía falta, vale decir. Este finde me esperaba una guerra nuclear, o casi. Pero no pasó nada, menos mal.

Vino mi tío, y nos reímos todos. Se agrandó la familia por un rato. Once rica, torta para Julio, que ya cumplió 13 años (¡cómo pasan los años!), souveniers de España y de Francia; relatos de defensas de tesis, de vida universitaria; bromas sobre el gusto al escoger parejas, chistes que sólo una mitad de la mesa oye, porque nos hacemos tantos que se hace pequeña, pequeña.

Viene mi tío, y se hace la revolución de los Romero en mi casa. Porque mi tío es Romero, igual que mi madre. Ambos morenitos, crespitos mientras mi tío tuvo pelo; ambos risueños, ambos jugosos. De él salieron dos, de ella salimos cuatro. Y aunque no exista ningún vínculo sanguíneo, sino sólo el alcance de apellidos, el tío Luis se siente de la familia, porque así lo ha sido durante los 18 años que lo conocemos nosotros, y los más de 30 que lo conoce mi papá, que es quien nos lo presentó.
Y se hace la revolución de los Romero, digo e insisto, porque nos reímos todos; porque el jugoseo emana de nuestros poros y saca la mejor parte de nosotros, que es la alegre. Porque llega y arrasa con toda tristeza o rencor existente, aunque sea por una once un domingo perdido.
Porque nos une a todos, más aún a esta familia quebrada que igual junta las piezas en el marco del puzzle, que es la mía.

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